El término de educación especial se ha utilizado de manera tradicional para nombrar a un tipo de educación diferente a la educación regular u ordinaria, ya que anteriormente ambos tipos de educación tomaban caminos paralelos en los que no existían puntos de acuerdo o de comparación. Es así que a los alumnos diagnosticados con deficiencia, discapacidad o minusvalía (términos que hasta la fecha se toman como sinónimos sin serlo), se les segregaba a escuelas específicas (de educación especial) para la atención de esa situación particular que presentaban, por el puro hecho de salirse de la norma y sin analizar en ningún momento las capacidades con las que sí contaban.
El movimiento de inclusión surge para hacer frente a los altos índices de exclusión, discriminación y desigualdades educativas presentes en la mayoría de los sistemas educativos del mundo. Asimismo, exige la adaptación de la enseñanza para y en la diversidad de necesidades educativas de todos los alumnos, mismos que presentan diferencias en cuanto a su procedencia social, cultural y características individuales. Visto de esta manera, es la propia escolarización y la enseñanza de estos niños, jóvenes o adultos, la que se tiene que adaptar a las distintas necesidades para facilitar su aprendizaje y participación.
El concepto de diversidad nos remite al hecho de que todos los alumnos tienen necesidades educativas comunes que comparten con la mayoría y, a su vez, tienen necesidades propias, que pueden ser o no especiales. Por esto necesitamos un mayor nivel de equidad, lo cual implica la creación de escuelas que eduquen realmente en y para la diversidad, entendida ésta como fuente de la calidad educativa que enriquecerá a toda la comunidad escolar.
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